El 17 de mayo del año 2013 Fernanda ingresa inconsciente al Centro de Quemados del Sanatorio Británico con quemaduras de segundo grado sobre el 45% de su cuerpo –de a poco va señalando las marcas -. Recuerda el antes-durante de prenderse fuego y luego los piletones del Centro de Quemados donde permaneció suspendida para su recuperación… y él, O., a su lado, quién en un primer momento no permitía ninguna visita para poder hacerse cargo de ella y mantener la hipótesis de accidente. Solo en una ocasión recibió visitas, la despedida prematura de amigos y familiares, ya que “son muy pocas las posibilidades de salir de allí”, explica, por la gravedad con el que llegan las personas y el tiempo que requiere la recuperación. Ella salió… pero con él.
Luego de un mes y días internada, vuelve a la misma casa donde fue quemada pero con O. De allí fueron tres meses de encierro, humillación, golpes, infecciones e incomunicación. Eran muy pocos los que sabían que algo andaba mal, el resto estaba feliz de lo que él había hecho, se había hecho cargo de todo y a la vista de todos, cuenta Fernanda mientras prende un cigarrillo. “Como mi recuperación fue muy rápida, las terminales nerviosas aún me hacían sentir un dolor muy fuerte, y necesitaba medicarme. Entonces los médicos me recetaron un calmante fuerte y empecé a hincharme. Él me decía que no coma porque estaba engordando, y ahí a pegarme porque comía. Pero para él yo tenía que ocuparme de verme bien y de no engordar. Por mi estado de angustia la psicóloga me mandó a una psiquiatra, pero no podía hablar, menos de denunciar o de pedir justicia”.
Con lágrimas en los ojos y con la garganta a reventar, no para, no para de contar lo que la injusticia quiere tapar, silenciar, desmentir, archivar. “Aguanté hasta que no pude más, ya me agarraba a patadas en el piso, a abusarme, se subía arriba mío y me ahorcaba mientras me decía ‘vos sos mi chiquita’. No daba más, le decía que me deje ir, ‘andáte ahí tenés la puerta’. Mis amigas comenzaban a preguntarme si fue un accidente, yo ya estaba segura que no lo era, pero a quien le iba a decir, si ni la policía acudió en su momento”.
Era el mes de octubre y la había molido a palos, “llamé a mi psicóloga porque yo ya no aguantaba más, porque si seguía así el me iba a matar”. Logra contactarse con su psicóloga a través de una amiga y así ingresar al psiquiátrico San Felipe, donde consigue contención, “ya que él ahí no me podía ir a buscar”.
Al salir esa noche hacia el psiquiátrico, le escribe en la puerta: “Vos hijo de mil puta no me volvés a pegar nunca más. Sos un corrupto”.
Mírame la cara, ¡ME – VOY!
Vivían juntos hacia pocos meses en una casa que está en un primer piso en medio de la manzana: “Allí hay una colonia de murciélagos en las paredes, y siempre entraban. Era vivir con el olor a guano, el caminar constante –hacía resonar fuerte sus uñas sobre la mesa emulando las pisadas de murciélagos-, no sabés lo que era vivir las 24 hs con eso”.
“Tiempo atrás ya me había mordido un murciélago en la pierna, y en aquel momento llamo a la ambulancia y me dicen: ‘llénate de alcohol, no dejes de pasártelo hasta que lleguemos, y tratá de agarrar el murciélago para hacerle un estudio’. No lo cazamos. Gracias a Dios no me agarró rabia, ni nada de eso, pero el tratamiento y los antibióticos fueron terribles”.
Esa noche –el 17 de Mayo del 2013 -, estaba volando de fiebre a causa de una alergia crónica que tengo, dormida, escucho ruido en las paredes, prendo la luz y me pega un murciélago en la cara. Desesperada corro al baño en piyama de raso tipo kimono, me pongo alcohol muchas veces, y con esta mano me refregaba la cara –hace el gesto con el brazo derecho sobre su rostro-, con el piyama, con lo que tenía, y se me moja el pelo con el alcohol. Ahí me agarra una crisis de nervios que me quería ir. O. viene y me dice ya está, ya lo saqué. Me parecía que se me había metido en la boca –haciendo gestos de repugnancia por el recuerdo-”.
Relata Fernanda sin detenerse a respirar, sólo cada tanto, entre mate cebado y mate compartido, y ante alguna pregunta donde se permite una mirada fugaz al espejo que le restituye seguridad: “Andá a acostarte que yo en una hora tengo que ir a trabajar, dale vamos a dormir –le dice O. frenético-. A lo que le respondo: ¡no me acuesto, yo me voy!, ¡Encerrame, rompo la puerta! Mírame la cara, ¡ME – VOY! De ahí me doy vuelta y voy a la cocina, agarro la pava y el magic clic para prender la cocina y hacerme un mate –porque ni bien se iba a trabajar yo me iba-, y me dice que no lo haga porque estaba bañada en alcohol y podía prenderme fuego”. Mientras se mira al espejo, aclara que no tiene pestañas, que son postizas, que de todas maneras siempre las usó, porque siempre fue coqueta y esa noche por la fiebre se las sacó, “gracias a Dios”, aclara.
“A todo esto yo daba vueltas alrededor de una mesita y O. detrás de mí. En ese momento él estaba con un cigarrillo y un encendedor en la mano. Cuando me doy vuelta –ni bien me frena en la cocina -, ya estaba prendida fuego. No sentí nada, ni dolor, nada, sólo era la desesperación, en un momento me tira al piso cuando quise correr al baño a meterme al agua, y después mucho no me acuerdo de cómo llego al baño. Me meto bajo la ducha y él mirándome desde la puerta totalmente desencajado me dice ‘¿qué hago?’ mientras me repetía que fue un accidente. A lo que le digo, ‘vos quédate tranquilo que yo estoy bien, yo estoy bien’. De repente veo en el piso todo mi pelo y que me salía humo en todo el cuerpo y me vi en el espejo, cuando me veo ahí ya me agarró todo el dolor entero, de los gritos vomito mucho –eso me salva el conducto respiratorio según los médicos- y de ahí ya no me acuerdo más”.
En ese instante hace una pausa, mientras alcanza unos papeles de la causa y en ese espacio de tiempo y silencio se escucha: “Encuentran el cuerpo de una mujer al costado de un arroyo…”. El televisor siempre estuvo prendido, acompañando de fondo al encuentro junto al reducido espacio del living y la tenue luz. Se mira firme al espejo que lo tenía frente a ella y sigue contando.
“Yo le hice un juicio a la Corpo”
En enero del 2014 se anima y realiza la denuncia bajo el nuevo sistema penal. “Me tocó una fiscal que lo que padecí es indescriptible, que le agarraba ataques de risa, que me dijera ‘¿pero no pensás que puede perder el trabajo?’. En otra ocasión me preguntó si no se me ocurrió sacar una foto, filmarlo –cuando estaba siendo quemada-…”. Es en referencia a la fiscal Valeria Haurigot, a quien denunció. “Y le digo a la fiscal: si él se entera que está denunciado y a mí me pasa algo, la única responsable sos vos”. Y agrega “yo nunca iba sola, iba con Mariana –su amiga-, y Nora –su psicóloga-”.
“No me daban la restricción de acercamiento, todos le avisaban a él, tuve que ir a la Corte Suprema para que me den una restricción. Cuando la consigo, la subrogante del área de Violencia, toma la restricción y me dice, ‘lo voy a archivar sino me traes un peritaje nuevo’, teniéndolo lo hago por segunda vez. Sin embargo, a él jamás le hicieron una pericia, jamás lo imputaron”.
A cada sorbo de mate el tiempo se hacía más espeso, Fernanda nos cuenta el horror sin fin generado dentro de la misma estructura judicial y aclara porqué tantas vueltas con su caso: “El es una persona que llegó a tener un trabajo en el poder judicial por ser militante del peronismo, y ahí se quedó. Durante siete años fue sub-secretario gremial del Poder Judicial de la provincia de Santa Fe. Es lo que le da a él tanta impunidad hoy en día. Es amigo del juez Curto y del Fiscal Regional Jorge C. Baclini –mientras mostraba una foto juntos con éste último en un partido de futbol-“.
Hasta ahora, estos son en parte, los hechos que suceden luego de la denuncia. Antes de poder radicar la denuncia, debe sufrir más atropellos desde los distintos organismos del Estado, entre ellos, teléfono verde de la municipalidad, la línea gratuita para denunciar casos de violencia familiar. Y cuenta “cuando yo estoy en la clínica psiquiátrica San Felipe, yo llego toda golpeada, con patadas en el estomago, en las piernas, los brazos. Las chicas me llevan al Hospital Carrasco para que me vean las lesiones, y se negaron a constatarlas, porque aducían que ellos no se meten en eso, pero por ley están obligados a hacerlo.
Desde ahí llaman al teléfono verde y hablan con Mercedes Simonsini quien les dice: ’hagamos así, que venga dentro de 10 días que la voy a atender’… era una cargada”. Al final, pudo realizar las constataciones en el HECA, pero recién al día siguiente, porque tampoco en la clínica donde se encontraba internada querían hacérselo.
La impotencia es grande, más cuando afirma que la provincia adhiere a la Ley Nacional 26485 de Protección Integral, la ley contra la Violencia de Género, pero que no se aplica porque no está reglamentada, sosteniendo viejas estructuras de un machismo constitutivo de las instituciones estatales. Entonces, no se llevan a cabo los pasos necesarios y urgentes en casos de violencia de género. Y mientras tanto, O. aún sigue trabajando en el Poder Judicial.
Actualmente el fiscal Guillermo Apanowicz es quien lleva adelante su caso. Sin embargo, Fernanda lamenta que se haya apartado la fiscal Verónica Caíni –por enfermedad- “es la única fiscal que trabaja, ella ya tenía todo pedido, firmado, faltaba nada más la reconstrucción del hecho, y todos mis testigos, ahora se está perdiendo todo”.
Al lado del espejo, orgullosa tiene colgado dos diplomas donde indican que está avalada para acompañar a mujeres en situación de violencia género. Son muchas las chicas a las que acompaña dentro de tribunales, “es muy fuerte tener que repetir lo que viviste frente a tanta gente, muchas callan, se asustan y se van sin decir nada, hay que estar ahí”. Suena el teléfono, es un amigo que la llama para saber si se juntaban o no. Es una leona que lucha sin parar, se cansa, se asusta, se cae, se levanta y sigue. Siempre acompañada, de amigas, de sus hijos, de sus padres, de sus nietos, de los terapeutas, del centro de día, la militancia “porque soy militante y nací siendo peronista”. El juicio sigue, falta mucho, pero no va a aflojar hasta que se haga justicia y él quede preso.