La particularidad que tiene el disco es que todos los temas tienen un género distinto. Hay desde candombe y una milonga, pasando por un reggae, funk, blues y hasta un gato. “Eso nos sirvió para encontrar un sello nuestro porque entre tanta diversidad, había que encontrar una identidad, que lo logramos con el sonido, con los arreglos”.
Si tuviera que definir qué es Azulejo, Trovant dijo que es una mezcla de “Radiohead con música latinoamericana. Algo inexplicable. Por ejemplo hay un tema que es un landó, que es un género peruano, y se mezcla con cosas onda de The Police. Muy experimental. Sinceramente no conozco una banda que suene así o esté haciendo algo parecido”.
Un mundo que se construye con retazos de culturas
La historia de Azulejo es la historia de Matías Trovant, que es la historia de un chico que no hacía nada hasta que de repente, hizo. “Mi primer canción la hice a los 10 años. No sabía tocar absolutamente nada. Pero fantaseábamos con amigos que teníamos una banda. A los 14 empecé a tocar la guitarra y cuando aprendí tres acordes, ya empecé a hacer mis temas. De hecho tengo una carpeta llena de canciones que hice cuando tenía 20 años”, contó.
Ahí es cuando surgió la duda ¿qué pasó entre los 20, y esa post adolescencia llena de canciones, a los 32 actuales? “Pasó que trabajaba en una corredora de cereales, jugaba al futbol y me emborrachaba”, dijo lanzando una carcajada. ”En la semana trabajaba, los sábados jugaba al fútbol y a la noche me mataba. Si sobraba tiempo tocaba la guitarra, cuando había algún asado o cosas así. Jamás había hecho un recital mío. De hecho estuve mucho tiempo sin hacer música con proyectos formales”.
Sin embargo, la abstinencia musical terminó cuando se enteró que un coro buscaba voces. Lo invitaron, hizo una audición y quedó en La Eulogia Coral, un grupo de música popular que hace obras folclóricas latinoamericanas. Ese fue el click. “Gracias al coro tuve una actividad musical continua, salí de gira, fuimos desde Rio Gallegos, a Tucumán. A su vez empecé a rodearme de músicos. Dejé de jugar al futbol y emborracharme con mis amigos del futbol y empecé a emborracharme con amigos de la música”, bromeó.
No obstante aún, nadie más allá de su círculo íntimo conocía sus canciones. Hasta que se encontró con Juan Enriquez, músico de Venado Tuerto que lo invitó a su ciudad a hacer una fecha entre ambos y cantar. Eligió un puñado de temas que creía que “estaban para presentarlos” y hacia allá fue, por la ruta 33 a encontrarse con su destino. Tocó solo con una guitarra criolla. Sus canciones sonaron por primera vez ante oídos desconocidos y ahí ya no hubo vuelta atrás. Como devolución de gentilezas, organizó un show en Rosario e invitó a su amigo venadense a tocar “pero quería hacer algo más que un show solo con guitarra, por eso convoqué al ‘Walli’ y al ‘Cachorro’”.
“Walli” es Walter Pinto Galván, gran percusionista con amplia experiencia en la escena musical de la ciudad, y “Cachorro” es Juan Pablo Córdoba, bajista casildense de recorrido en el under. Las dos terceras partes de lo que todavía no era Azulejo.
Así las cosas, para la fecha compartida “los chicos se sumaron en un par de temas porque no teníamos mucho preparado”, confesó. Corría junio de 2014. Fue la primera fecha no oficial. “Aún era Matías Trovant y su banda. Durante un tiempo nos presentamos de esa manera. Era mi proyecto con los chicos acompañándome”, señaló. Pero la dinámica del grupo decía otra cosa: “Quería que participaran como lo hacía yo más allá de que los temas fuesen míos. Quería que aporten tanto en canciones o en arreglos, que no sea un solista con un sonido, si no el sonido de trío”.
El arte producido a pulmón
En diciembre del año pasado, Ignacio Gorriz, dueño del Centro Cultural El Espiral se acercó con una propuesta: “Yo les voy a producir el disco”. Hasta tanto, aceitaron la máquina y tuvieron varias presentaciones. Una de ellas muy importante, en el marco de un encuentro musical que se realiza en todo el país llamado “Ruta Nacional Canción”, donde compartieron escenario con Eduardo Smith, ex Árbol. “Ahí nos llamamos Azulejo por primera vez”, contó.
En julio convocaron a la gente a un show atípico. Iban a grabar el disco con público, con la banda sonando en vivo, por lo cual se solicitaba a los concurrentes que no aplaudan hasta recibir la indicación para hacerlo, con el objeto de no arruinar la grabación. Fueron dos o tres tomas de cada canción, durante dos noches.
Así se hizo el disco, una suma de voluntades de gente que hizo muchas cosas “de onda”, según relató Trovant: “Fue todo muy autogestivo, la gente del Espiral no nos cobró por ensayar ahí, la persona que nos grabó (Luis Andrés) vino gratis, además aportó con una placa de sonido, mucha gente nos prestó cables y micrófonos para poder grabar con 16 canales. Nos sentimos muy acompañados. Vamos a retribuir todo el esfuerzo hecho por tanta gente”.
Fotografía de María Victoria Noya (Facebook de Azulejo)