Una mirada popular y soberana sobre la producción y el campo argentino. Un abordaje de las problemáticas agrarias desde la perspectiva de los intereses de los pequeños y medianos productores, los trabajadores rurales, los pueblos originarios y los pueblos del interior. 

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La Argentina de los agronegocios

Escrito por  Lucas Paulinovich
La Argentina de los agronegocios

El nuevo paisaje productivo de la Argentina tiene su razón de ser en gran parte en los múltiples procesos operados en la producción en esta última década. Los grandes actores fueron los socios perfectos para el modelo propuesto: aumento de la producción, pero también de la concentración. Esa lógica elemental tuvo sus consecuencias en el modo de producción de las riquezas agropecuarias. Cambió el paisaje, lo que no cambió es la dependencia.

La estructura productiva de la Argentina, resguardada en la idea del desarrollo, se abrió a los capitales extranjeros en todas sus instancias, pero no demandó de ellos la reinversión de sus utilidades, permitiendo que las riquezas viajen a las casas matrices y los países de origen de esos capitales golondrinas que llegan, extraen y se van. “A diferencia del segundo gobierno de Perón que permitía el ingreso de capitales extranjeros pero obligaba a las empresas a reinvertir la mayor parte de sus utilidades en el país, el actual Gobierno no puso ningún tipo de limitaciones al accionar de las multinacionales”, dicen Oscar Ainsuain y Mariana Echaguibel en su libro “A 100 años del grito de Alcorta: soja, agronegocios y explotación”.

 

El nuevo mapa productivo, incentivado desde las modificaciones producidas en el mercado internacional, sobretodo a partir del incremento en la demanda de proteínas de los países asiáticos, asigna nuevas necesidades: “la primera transformación resulta concomitante al desarrollo del capital en el agro. En el capitalismo, las commodities se producen a escala. La nueva rentabilidad de la soja facilitó el uso de nuevas maquinarias, desde los tractores con control satelital a las sembradoras de directa o las grandes cosechadoras. En la frontera de las nuevas técnicas se encuentran también procesos novedosos como la llamada agricultura de precisión, que supone desde el riego artificial en las nuevas fronteras agrícolas hasta el manejo diferencial de la superficie de los campos, tanto de la humedad del suelo como de la aplicación de agroquímicos. Previsiblemente, las nuevas técnicas demandaron un aumento del capital a emplear; en términos técnicos, una mayor composición orgánica del capital agrario. La explicación es simple: para amortizar, por ejemplo, una sembradora de directa o una cosechadora de última generación es necesario cultivar más hectáreas”, detalla el economista Claudio Scaletta.

Producir para qué

La cadena productiva se estructura en función de una necesidad: engrosar el chorro de divisas que ingresa para llevar adelante algunas políticas sociales en el plano interno. “Agroextractivismo progresista”, nueva forma del despojo: entrega de las riquezas elementales, despojo de la fertilidad de los suelos, desertificación, desplazamiento de producciones regionales y expulsión de comunidades, para recaudar dólares que permitan la aplicación de políticas públicas. “Al igual que el modelo agrario y agroindustrial que definió nuestro perfil oligárquico de Nación, el modelo sojero del agronegocio, que tiene la lógica financiera de la especulación, se ha mostrado incapaz de favorecer el desarrollo interno. Lo novedoso es que el capital financiero ha comenzado a operar en el negocio del sector agropecuario tradicional a través de grandes empresas como Adecoagro, Los Grobo, Andreoli, El Tejar, etc., que, en general, administran fondos de capital financiero internacional”, agregan Ainsuain y Echaguibel. Producción de pocos vinculados a los capitales viajeros que desconocen fronteras e intereses nacionales; el Estado sirviendo su economía al goce de los capitales transnacionales, subastando el patrimonio nacional, arrasando las riquezas y expulsando poblaciones enteras.

La producción de soja, que origina un puesto de trabajo cada 95.3 hectáreas (ocho menos que los producidos por el resto de la cadena agroalimentaria), se transformó en el corazón de ese proceso. De ella nacieron los “agronegocios”, concebidos como la llave de entrada del capital financiero internacional en el negocio agrario. “La deserción [en la producción de trigo] se explica en el aumento del negocio sojero, que en 2006 producía 47 millones de toneladas y, de acuerdo a los datos arrojados por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, la próxima campaña alcanzaría los 55 millones: durante la década del ‘80 la superficie sembrada con soja de segunda, posterior al trigo, alcanzaba el 75%; actualmente apenas se llega al 20% de la superficie con soja de segunda. En la campaña ‘07/’08, cuando Moreno llevaba un año en la cartera, la soja ocupó 16,6 millones de hectáreas, para la campaña presente, se prevé una superficie de siembra de alrededor de 20 millones de hectáreas.” (https://brujulacomunicacion.com/index.php/informes/item/476-el-campo-que-moreno-nos-dejo). La soja como cultivo estrella y como fuente de inversión.
La Segunda Revolución de la Pampas, articulada con las prerrogativas legales en la década del ‘90 y profundizada con el boom productivo de la última década. La producción, en ese esquema, es sólo un vehículo idóneo para la multiplicación especulativa del capital.

El derecho a producir

La producción a escala establece condiciones de desventaja: los actores vinculados al capital financiero, que funcionan como grandes bolsas de inversión, contaron con mayores posibilidades para alquilar los campos y llevar adelante la producción. Los chacareros de pocas tierras y los pequeños productores fueron barridos del escenario. Ese mapa productivo tenía nuevos actores fundamentales: los servicios y los arrendatarios. “La manifestación más contundente de este cambio fue que, a fines de la primera década del siglo XXI, el 60% de la producción sojera se realizaba en campos alquilados. Luego, las mayores necesidades de amortización de las nuevas maquinarias se saldaron por vía de los proveedores de servicios. Los propietarios más grandes comenzaron a alquilar maquinarias a los más pequeños y aparecieron también nuevos empresarios que, o bien siendo propietarios de campos más chicos o bien sin tener tierras, vieron la oportunidad del negocio del aprovechamiento intensivo de los nuevos equipos. Finalmente, en un mundo caracterizado por el auge de la financiarización, el capital financiero no tardó en llegar al nuevo nicho de alta rentabilidad, lo que explica la irrupción de los fondos de inversión agraria y los pools de siembra”, dice Scaletta.

La producción agropecuaria, reducida a la centralidad del complejo sojero exportador, también reduce su diversidad en relación a la cantidad de productores que gozan de los beneficios: de 60 mil productores de soja, 1600 empresas producen el 50%. Una superficie de más de 9,35 millones de hectáreas, de las casi 20 millones producidas con soja, contenidas en las manos de un puñado de productores: el triunfo del agronegocio por sobre la producción soberana.

De qué hablamos cuando hablamos del campo

La composición del agro no se reduce a los grandes terratenientes de la oligarquía tradicional, esa que producía en sus inmensas extensiones de tierra, ahora convive con actores más chicos que trabajan sus tierras o suman campos alquilados para cubrir las necesidades de escala. También ahí están los contratistas, muchos de ellos productores que debieron dejar el trabajo de las tierras y dedicarse a proveer servicios. Además, emerge la figura del rentista, que es aquel que aprovecha la rentabilidad por el alquiler de sus tierras o decide alquilarle sus tierras a los capitales inversores, ya que le resulta imposible sostenerse como productor. Las ventajas comparativas de los grandes actores fijaron, en los hechos, condiciones para poder producir: es la fuerza del gran capital.

“Argentina ocupa el primer puesto en el mundo y tiene récord de producción de granos per cápita: produce 2.313 kilogramos por habitante/año (93 millones de toneladas de granos con una población de 40,2 millones de habitantes)”, dicen Ainsuain y Echaguibel en su libro. Pero ese privilegio de gran productor queda para unos pocos actores privilegiados: entre 1988 y 2008 se perdieron 147.544 Explotaciones Agropecuarias (Eaps); el 40 % de esas desapariciones (59.856 Eaps) fueron entre 2002 y 2008, los primeros años del gran salto productivo sojero. Ese esquema productivo, que genera inmensas riquezas en lo inmediato, es muy poco sustentable al largo plazo; los suelos, patrimonio elemental, con su desgaste y erosión, son los primeros en denunciarlo, sin embargo, la preocupación surgen cuando los resultados comienzan a afectar al producto: Con respecto a la influencia ambiental, que demasiado elípticamente emite a la importancia de los suelos, uno de los técnicos del Inta expone: “en un estudio que realizamos sobre 20 mil muestras, el resultado fue que el ambiente influye en un 56% en la expresión de la calidad, ya sea de la proteína como del aceite. –y sintetiza- lo que ocurrió este año históricamente no había pasado nunca, porque no sólo cayó la proteína sino que el aceite no estuvo a los niveles esperados. Por lo tanto, el Profat (proteína + aceite) de este año también fue el más bajo de los últimos 16 años. De allí el problema que observa la industria, ya que no se alcanza los estándares internacionales que demandan para el High Pro y estamos teniendo descuentos importantes en la comercialización”. (https://brujulacomunicacion.com/index.php/noticias/notas/item/430-soja-flaca-bolsillos-llenos-suelos-vacios). La ventaja es la del capital inversor, y el privilegio, el de tener más respaldo financiero.  

El negocio para los pooles de siembra, esos pulpos financieros que captan inversiones de todo el mundo y las vuelcan en la producción a escala, es difícilmente mejorable: “al trabajar a escala consiguen menores costos de producción, ya que acceden directamente a la importación de insumos como herbicidas, fertilizantes, semillas, etc., u obtienen estos productos a menor precio en el mercado mayorista. A la vez logran mejores condiciones de venta para los granos y, en definitiva, terminan optimizando al máximo la rentabilidad del capital invertido”, sintetizan Ainsuian y Echaguibel. La producción para el que tiene con qué; la espalda financiera determina quienes subsisten y concentran, y quienes deben desaparecer: “al alquilar enormes extensiones, el gran capital agrario también consigue distribuir y bajar los costos de asesoramiento y diversificar las producciones y zonas, cubriéndose de posibles calamidades climáticas”, detallan los autores.

El conocimiento embargado

La desregulación furiosa del neoliberalismo impuso la apertura de los adelantos genéticos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta), a partir de entonces, el conocimiento producido en la Argentina quedó al servicio de las multinacionales productoras de semillas: “el Inta, el organismo encargado de generar tecnología para llevársela a los chacareros a través de los agentes de extensión, se transformó en una figura decorativa al servicio de Monsanto, Syngenta, Dupont y las grandes cerealeras como Cargill y Bunge. La apropiación del patrimonio genético nacional ha transformado a nuestro país en dependiente de las semillas transnacionales por las que pretenden obligarnos a tributar patentes”, explican Ainsuain y Echaguibel.  

La puja por el excedente es lo que define cualquier modo de producción: quién se queda con el pedazo más grande. La aparición de los capitales financieros en la producción agraria y el cambio técnico sintetizado en la difusión de la soja transgénica y la siembra directa, fueron acompañados por la invasión de las firmas multinacionales de biotecnología, que pasaron a cobrar una relevancia vital en el entramado productivo. Su expansión sistemática fue facilitándoles el control en las diversas etapas de la producción, llegando a controlar casi todas las instancias de la cadena y apropiándose de los excedentes en cada una de esas instancias: “la característica central de estas firmas es que autonomizaron el momento que Karl Marx llamaba del ‘privilegio del innovador’. Expresado de manera sintética: en cada rama de la producción existe una técnica socialmente generalizada que determina una ganancia media; si algún productor individual descubre una nueva técnica que ahorre costos disfrutará, hasta que la técnica vuelva a generalizarse, de una ganancia diferencial. En el capitalismo avanzado, por vía de ingentes inversiones en investigación y desarrollo, el capital tecnológico trata de mantenerse permanentemente en este momento de privilegio del innovador”, resume Scaletta.

Ganada la cadena productiva en sus eslabones fundamentales, los capitales transnacionales fueron penetrando todas las ramas de investigación y producción de conocimiento que se vuelcan en el sector: “los Fondos de Inversión fueron destinando dinero para casas de altos estudios y fundaciones con el objetivo de desarrollar teorías tendientes a explicar el fin de la agricultura familiar, imponiendo en algunas facultades de Agronomía los posgrados de Siembra Directa y Agronegocios”, comentan Ainsuain y Echaguibel. La cooptación en todas sus instancias: desde las instancias elementales de la estructura productiva, hasta la formación de los técnicos que en el futuro sostengan y desarrollen el sistema productivo.

Ediciones de SURsuelo